viernes, 15 de agosto de 2014

viaje en micro

Temía el viaje en micro , estuve más de una semana en la indecisión de sacar el pasaje, finalmente y animada porque mañana  viene J y después nos volvemos juntos, lo saqué. Tuve suerte y pude dormir durante casi todo el viaje.  El espacio del micro es espantosamente escaso, tuve que sacar un buzo de la mochila, para hacerla mas flaquita y poder meterla en el portaequipaje. Acostumbrada al espacio del tren me parecio una miniatura e incomodidad, pero se ve q después logré adaptarme y sumándole el espantoso calor que hacía ahí adentro, me dormi, y hasta se me pasó el dolor de diente que tenía. La bajada en Sierra a las 7 de la mañana fué lo más terrible, dos buzos polares, gorro, campera, en fin nada me alcanzó y me vine caminando las aproximadas 10 cuadras que tengo desde el centro donde me deja el micro y la casa. Pero después, una emoción llegar. Veo a los albañiles de al lado que siguen edificando y tapando la vista de estos dos atardeceres que logré hace unas dos semanas, como cambia el paisaje de un día para el otro, pero igual otra vez tengo esa sensación de no querer irme.
Por lo demás algunos nuevos trabajos , encender la estufa de leña que me llevó un rato, y uno más dificil, sentarme a tomar mate sin límite de tiempo, sin bocinazos, sin máquinas de las obras de la 9 de julio, sin los mares de gente avanzando, otra oportunidad de la vida que si bien dura unos días cada vez, es como esas vistas del atardecer, siempre está disponible para volver.
atardecer1
atardecer2

sábado, 2 de agosto de 2014

la hora de la siesta en saldungaray


El único paseo de estos dias de trabajo intenso en el terreno y en la casa, fue mi querido Saldungaray a la hora de la siesta. Digamos que a la hora de la siesta es bastante parecido a la hora de trabajo, por los pocos habitantes y la tranquilidad del lugar. Fuimos a una feria que supongo fue levantada por falta de visitantes, debido al extremo frío que pasamos estos dias, asi que aproveché a sacar algunas fotos de las viejas casas del pueblo, que nunca me canso de ver en todos sus ángulos, y me resultan bellísimas. Imagínense los posibles lectores estas pocas imágenes enmarcadas por el canto de los pájaros y ningún otro sonido, salvo el de las hojas que mueve el viento.