domingo, 29 de enero de 2012

ficción1: historia de mujer 1: estatura

En la aldea eran pocos, hace 70 años. No tan pocos como los que quedan ahora.  La vida, casi  igual, todo detenido en el tiempo: poco movimiento, poco que hacer, ni cine, ni teatro ni restaurant. Pero había gente joven, niños, trabajo, escuela, fiestas, música, baile… y ahora hay 12 viejos nada más.


María era la menor de cuatro hermanas. Menuda, bajita, aunque de rasgos no muy agraciados, era  muy atractiva por su carácter y su inteligencia. Le gustaba bailar y cantar. En la iglesia cantaba en el coro, en ese momento el mayor acercamiento al arte para una chica de aldea. Como todas, soñaba con ser grande, bailar con un vestido rosa,  y convertirse en una hermosa princesa, dejar las zapatillas, los cerdos y la granja, y poner su piecito dentro del zapatito de cristal.


María no tenía padres muy expresivos, campesinos trabajadores, dignos, con una pequeña hacienda, algunas vacas, un par de caballos, las gallinas, los cerdos, el maíz y la huerta. Muy bien posicionados al lado de otros vecinos más pobres. El padre  había construido cuatro casas, todas de piedra, una para cada hija. María siempre jugaba con él, se hamacaba en sus piernas, y aunque casi estaba pelado, lo peinaba. Cuando él trabajaba en el campo, ella era la encargada de llevarle la comida al mediodía: la madre le preparaba la vianda en un canasto, y montaban a María en un burro que la llevaba derechito al lugar donde el padre estaba trabajando. Otras veces le tocaba alimentar a los cerdos, tarea que detestaba, porque se encariñaba con ellos y conocía bien el destino de los pobres animalitos. Y algunos días, cuando sus padres no la necesitaban para alguna tarea de campo o de la casa, iba al colegio. 

Todos los chicos de la aldea estaban en la misma aula, un salón grande con una mesa enorme, donde cada uno hacía lo que podía, en distinto nivel. El maestro enseñaba las operaciones básicas, a leer y escribir. Pero para las chicas era suficiente con saber el catecismo, no necesitaban demasiado  para ser esposas y madres en la aldea. Y los muchachos tampoco, para ser campesinos, tendrían de sobra. Lo más importante era que se prepararan para los trabajos duros y para traer el sustento a sus familias. Lo demás, como su nombre lo indica, estaba de más. El maestro vivía en la escuela. No era un maestro con título, simplemente, estaba un poco más preparado que los otros para enseñar, y se lo respetaba como una autoridad. Pero él se tomaba muchas veces más atribuciones y golpeaba a los chicos. En general se consideraba que los golpes eran merecidos y los padres no reclamaban, aunque algunos, cuando los chicos no regresaban a sus casas porque se habían quedado castigados después de hora, se acercaban a la escuela para ver qué había sucedido, y el maestro se defendía diciéndoles que ellos mandaban en sus casas pero que en la escuela, se hacia lo que él decía. Los padres, aceptando la justificación del maestro, esperaban a que se cumpliera el horario en que los chicos castigados podrían salir, y muchas veces, al llegar a sus casas eran castigados nuevamente por haber faltado el respeto a la autoridad.


Cuando María cumplió los 11 años, se miró al espejo, y vio que no había crecido demasiado desde que había cumplido los 10. No se preocupó demasiado, sabía que seguiría creciendo hasta ser alta y espigada. Eso sí, le había dicho una tía, “cuando te conviertas en señorita, ahí dejarás de crecer”. Pero para eso faltaba seguramente. En la aldea no daban mucha información, la verdad es que hace 70 años, tampoco se brindaba información a las chicas de ciudad, que significaba ser “señorita”, no quedaba muy claro. Pero su nombre lo indicaba, “señorita, es ser grande, es tener novio, es pintarse los labios, es ser linda, hermosa…”


Como todos los días, fue María al campo, despreocupada, cantando sobre el burro. Sintió ganas de ir al baño, dolor de panza, mojada la bombacha. Qué vergüenza, pensó, me habré hecho pis. Cuando pudo bajarse del burro y meterse detrás de unos pastos altos para ver lo que pasaba, descubrió la mancha. Ya había escuchado los comentarios de alguna de las amigas, que se habían adelantado a ella, y no le gustaba la idea. También había escuchado que hasta los 50 años iba a tener el mismo problema todos los meses, y le pareció eterno. Y si, era  inimaginable que tendría que pasar tanto tiempo, como seria ese momento? La verdad es que tenía mucha vergüenza. Lloró, lloró y lloró hasta cansarse, sentada debajo de un árbol amigo. Volvió a su casa, vio que sus hermanas estaban cocinando. Entró sin saludar, la cabeza enroscada como un avestruz para que no vieran que había llorado, corrió escaleras arriba hasta el cuarto compartido donde dormían y se tiro en la cama para seguir llorando. Las hermanas se miraron sorprendidas porque no era habitual en ella esa conducta. Concepción, la mayor, fue a ver que le pasaba. María le conto, asustada, que se sentía muy rara y avergonzada, y le pidió por favor que no le contara nada a los padres. Las otras que estaban abajo, subieron a ver a María, que ya estaba más calmada, y con ropa limpia. La idea de no crecer más la atormentaba, y cada vez que se acordaba de lo que su tía le había dicho, rompía a llorar nuevamente, con gran angustia. Sus hermanas le acariciaban la cabeza y la tomaban de las manos, “ vas a seguir creciendo” le dijeron, “tu historia de mujer recién empieza”.

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