El último día en sierra fué difícil porque me tenía que desprender de mi amiguín. El tren salía a las 22:25, asi que me fuí de la flor azul a las 22, ya que voy caminando, es cerca. Silvia, la dueña, me dió la comida para él, se la puse bien al fondo del jardín, y mientras comía salí casi corriendo para la estación, para que no me siguiera.
Me sentí una traidora, pero no podía hacer las cosas de otra manera; el tema más importante es que el perro tiene dueño, aunque en las películas eso no importa porque los enamorados se fugan juntos, y aunque fuese un perro sin dueño y lo pudiese traer de contrabando en el tren conmigo, pienso que no sería justo, en el departamento tan chico no aguantaria, es un perro acostumbrado a estar libre, sin collar, a definir su vida, a decidir en qué momento quiere las cosas, y en el centro de Buenos Aires, la vida de los perros no parece muy felíz. Los veo pasear con sus dueños, que los sacan una vez al dia, antes o después del trabajo, a dar una vuelta atados, para que hagan sus necesidades, y después los vuelven a meter adentro, sin demasiadas opciones. Van a la veterinaria a que los bañen, y mi amiguín se baña en el río o en el arroyo, van con collar y mi amiguín es libre y eligió estos días caminar al lado mio y dormir en mi puerta, les compran juguetes para perros y mi amiguín va levantando piedras en el camino y juega un rato con ellas, tienen prohibido el contacto con perros de otros dueños o de la calle, y mi amiguín decide con quienes quiere detenerse a socializar y de quienes escapar lloriqueando.
Y bueno, pienso, o me ilusiono, por lo menos, en que volveremos a vernos cuando viaje de nuevo a sierra, que es bastante seguido, pero no me gustaría que se sintiera preso como me sentí yo cuando llegué de nuevo a Constitución, entre gente que no me representa, entre basura que me asquea, entre ruidos, locura, pura locura en el centro de Buenos Aires. Mucha incomodidad, necesidad de libertad,mucha tristeza de ver todo lo que hay que ver.
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